El efecto placebo
Por primera vez en su vida sabía lo que quería: erradicar el virus que acechaba su aldea y que poco a poco se expandía en los alrededores de las galaxias Exúrpeda y Turbolictic. Se había cansado de vivir entre hipocondriacos y melómanos que se pasaban horas mirando su reflejo en el mar Morado, donde la hermana bastarda de la infanta Leonora VII de Bavilonia con v chica se había ahogado. Tomó lo que le quedaba de valor, que no era mucho, frunció el ceño, se acomodó los pantalones y se embarcó en el primer Centinela, una especie de robot con forma de terápodo acuático, hecho con la última tecnología: alambres oxidados, las mentiras de los jueces mayores, el rango más alto de autoridad de aquel lugar, y las alas de millones de mariposas muertas. Llegó antes de lo planeado y sin mareos porque se había tomado sus pastillas anticonceptivas, que lejos de impedir embarazos, le dejaban un cutis terso y le evitaban los mareos que le causaba dormir a la intemperie; solo con sus calzon